HAITIANOS Y DOMINICANOS EN LA DUARTE

TEXTO: OZCAR QUEZADA






HAITIANOS
Y DOMINICANOS
EN LA DUARTE
CON PARÍS

En la Duarte con París y sus alrededores, haitianos y dominicanos interactúan y se mueven en sus ocupaciones. En la vorágine cotidiana, comerciantes, chiriperos y transeúntes se confunden en un solo afán.
Cualquiera que los ve, intercambiando ideas y mercancías, caminando a la par por calles atestadas de gente y automóviles, sin malas miradas ni repulsas raciales, pensaría que lo que se dice de la relación domínico-haitiana no son más que cuentos o fábulas inventadas y reinventadas con fines ulteriores.
Desde que inicia la mañana y hasta bien entrada la noche, haitianos y dominicanos convergen en una extraña mezcla cultural que deshace viejos prejuicios y señalamientos divisionistas.
Comen, beben y bailan juntos; usan el mismo transporte y compran en las mismas tiendas. Juntos también venden dulces, verduras, jugos, “frío-frío”, ropas nuevas y usadas, víveres, zapatos, frutas, cremas para la piel y el cabello, empanadas, quipes, pastelitos y pasteles en hojas.

“Nosotros no tenemos problemas. A veces, discutimos, pero no porque ellos no quieren saber de nosotros, sino por asuntos de negocios. Pero nunca pasamos de ahí”, comenta una joven haitiana inquilina de un local en la Plaza Comercial París, dedicada a la venta de zapatos.
En esa plaza comercial, donde haitianos y dominicanos conviven ajenos a diatribas políticas, geográficas e indisolubles estampas históricas, hay haitianos que tienen entre diez y once años administrando sus propios puestos de venta.


Frente a este sitio comercial, varios haitianos jóvenes charlaban con otros muchachos del patio; gozaban y reían a carcajadas con el fotorreportero que trataba de captar aquel instante revelador.

El vehículo de prensa se desliza Duarte arriba. Sale del bullicio que se forma en aquella área comercial.
El recorrido ahora es por aquellos barrios populosos de la vieja ciudad. En esos lugares, haitianos y dominicanos comparten igual otras experiencias, como un mismo credo religioso de iglesias que no miran color de piel, procedencia ni ascendencia para acoger a sus feligreses.
Incluso, cuando los ánimos bilaterales han traspasado la frontera de lo racional, las religiones han sido el motor impulsor para distender apatías y promover el diálogo como símbolo de civilidad y entendimiento.



Hay templos visitados por haitianos y por miembros de ambas nacionalidades.
Ya no solo se limita esa práctica a los centros cañeros y los alrededores de los ingenios, sino que está presente en importantes centros urbanos del país, como San Pedro de Macorís, La Romana, Santiago, Barahona y otras.
La camioneta continúa su marcha y se interna en la provincia Santo Domingo. Aquí la presencia haitiana supera con creces al Distrito Nacional. Una apreciable cantidad de haitianos suele trasladarse a la parte céntrica de la capital a ganar el sustento de su familia.

En las llamadas zonas exclusivas de la capital, como El Millón, Arroyo Hondo, Los Cacicazgos y Bella Vista, no es raro ver a un haitiano trabajando como “delivery”, jardinero o, simplemente, vendiendo aguacates y frutas en las calles o al amparo de la sombra de algún árbol.
Aportes de los ilegales
Los haitianos intentan de mil formas sentirse aceptados en República Dominicana. Y no todos los dominicanos parecen estar dispuestos a endurecer o recrudecer su actitud frente a esos extranjeros.


Esto último lo demuestra la gran cantidad de haitianos que trabajan, en franca y abierta camaradería, con empleadores dominicanos que abren las puertas de sus empresas para permitirles vivir en condiciones más o menos dignas.
Las funditas de caña y el zumo del llamado “palito dulce” vendidos por el marchante haitiano son consumidos por dominicanos ricos y pobres, negros y blancos, prejuiciosos y conscientes.
Hacen fila para que el haitiano sonriente, aunque tímido por su condición de inmigrante, ponga en sus manos una muestra fiel de su oposición a los conflictos y confrontaciones estériles.
La Fundación Silié estima que en el primer trimestre del año pasado entraron al país 146 mil haitianos (70% ilegal), que con su trabajo informal aportaron a la economía dominicana 105 millones de dólares.

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